sábado, 27 de noviembre de 2010

Manual de autoayuda


Manual de autoayuda/12
“L
recetas para alcanzarla”, decía Henry Miller.
a única vida es la eterna, pero no tengo
Se impone nuestra mortalidad, nuestra finitud.
Si consideramos nuestra propia existencia como un
milagro, como un accidente o como una maldición,
de todas formas debemos vivirla hasta donde se
pueda y como se pueda. No importa el breve lapso,
el abrir y cerrar de ojos, la condena de nacer
y morir de todos los seres que han sido arrojados
al mundo, la única opción posible es que hay que
vivir hasta morir.
¿Cómo? Ésa es la cuestión. Y es que “se puede
vivir de muchos modos, pero hay modos que no dejan
vivir”, como bien lo ha escrito Fernando Savater.
¿Cómo, entonces?
Lo siguiente se le atribuye a Borges:
“Si pudiera vivir nuevamente mi vida,/ en la
próxima, trataría de cometer más errores./ No intentaría
ser tan perfecto; me relajaría más…”
Lo dice un hombre de 85 años, al que se le
escapa la vida. El tiempo se le ha ido y ya no
puede modificar su existencia. Añora lo que dejó
de hacer. Se lamenta, pues, de ser más joven, “correría
más riesgos, haría más viajes, contemplaría/
más atardeceres, subiría más montañas, nadaría
más ríos./ Iría a más lugares donde nunca he ido,/
comería más helado y menos habas,/ tendría más
problemas reales y menos imaginarios”.
Dice Buda que el problema consiste en pensar
que nos sobra tiempo. Pero un día ese tiempo se
acaba y nos alcanza la muerte.
Si llegas a viejo, llegará el momento en que te
sorprenderás de las arrugas, del frío intenso en los
huesos, del sentirte joven en un cuerpo de anciano,
de no ver bien y de tropezarte con todo. Ya no
podrás hacer lo que antes hacías. Te reprocharás no
haber vivido más, si todo –a pesar de tantos años
sobre tu espalda– se reduce a un guiño, a un corto
y único instante sobre la tierra.
Si eres joven y el cáncer te asola o te cae un
piano encima o te mata un asaltante para quitarte
dos pesos, la sensación será la misma. Lo que hice
y lo que no. El tiempo que malgasté. El tiempo
perdido que no regresa.
Afirma (presuntamente) Borges: “Yo era de
esos que nunca iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente, un paraguas
y un paracaídas”.
¿Y tú?
Recuerda que no atreverse es perder lo que
pudo haber sido.
Finalmente lo tuyo es vivir. De la muerte que
se ocupen los muertos. Vive tu vida. Hazlo de manera
intensa, más que sensata. Gozosa, más que
higiénica. Sal a la intemperie. No temas caerte. Sé
más atento y a la vez más distraído. Prueba uno
que otro vicio y abandónalo. No renuncies a la idea
del mal pero no tengas en la mente el pecado.
No dañes. No confíes en quien te dice que la vida
está en otra parte. Explora. Atrévete a fallar porque
hiciste, no porque dejaste de hacer.
Di, como Cavafis: “recuerda, cuerpo, cuánto te
amaron”. Como Borges: “Gracias por la mañana,
que nos depara la ilusión de un principio”. Que tus
ojos se llenen de mundo. Que tu boca diga lo que
hay que decir. Disfruta del helado y de las habas,
de la acción y la contemplación, del jardín y del
páramo, de lo sublime y lo vulgar, de lo infinito
de la noche y de la algarabía terca del amor. Repite
ese otro exacto verso del poeta ciego: “Convencidos
de caducidad/ por tantas nobles certidumbres
del polvo”, y piensa en tu lápida o en tu ceniza,
pero sólo para apurar tu gusto por los placeres del
mundo, para recordarte que un día ya no habrá
luz, tiempo, problemas, amaneceres, sueños, dolores,
sed, navidades, y entonces, desperezarte, y entonces,
avivarte. Sé curioso. Rodéate de la bondad
y la belleza, aunque nunca sean suficientes. Invéntate
una filosofía que atraviese el misterio y absur
de la vida. Y cuídate, que no hay reemplazo:
con todo lo bueno o lo malo, con toda su desdicha
o felicidad, esa existencia es la única que tienes.
do

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